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Así cambia tu cerebro cada vez que dices una mentira

Todos hemos dicho alguna mentira piadosa de forma ocasional: Decir que estamos enfermos para evitar una cita; o mentir en nuestro currículum para conseguir un trabajo. Aunque algunas mentiras son más pequeñas que otras, mentir constantemente puede acabar afectando a la salud de nuestro cerebro, e incluso nos hacen más susceptibles a la mentira patológica. Un reciente estudio publicado en la revista Nature Neuroscience encontró que la mentira habitual puede desensibilizar a nuestro cerebro de «sentirse mal», y puede incluso animarnos a decir mentiras más grandes en el futuro.

Así cambia tu cerebro cada vez que dices una mentira

«Cuando mentimos para obtener beneficios personales, nuestra amígdala produce una sensación negativa que limita el grado en que estamos dispuestos a mentir«, dijo el doctor Tali Sharot, autor principal del estudio y director de Affective Brain Lab en el Colegio Universitario de Londres y miembro de la facultad del Departamento de Psicología Experimental.

Sin embargo, a medida que continuamos mintiendo, esta respuesta se desvanece, lo que puede conducir a una «pendiente resbaladiza» donde los pequeños actos de deshonestidad pueden convertirse en más mentiras significativas. En otras palabras, las mentiras generan mentiras y el cerebro se desensibiliza por la falta de honradez.

Esto es particularmente preocupante ya que el promedio de casi todos nosotros es de 1 a 2 mentiras al día. Los que tienden a ser inseguros o tienden a ser ansiosos son más propensos a ser deshonestos para evitar ser criticados y rechazados, de acuerdo con un estudio de 2010. Además, los que creen que la mentira les dará reconocimiento monetario o social tienen más probabilidades de seguir siendo deshonestos.

El doctor Sharot y su equipo de investigadores saben que cuando engañamos a alguien, la amígdala, la parte del cerebro que regula la emoción, se activa, y se tiende a sentir vergüenza o culpa. Esta parte del cerebro también reacciona cuando vemos imágenes de cachorros o fotos muy tristes. La amígdala se hace más insensible cuando está continuamente expuesta a las mismas fotos. Los investigadores querían saber si podía aplicarse lo mismo a la mentira.

El equipo reunió a los participantes y les emparejó para trabajar con otra persona que no conocían. A los participantes se les puso en un escáner de imágenes cerebrales, donde se les mostró imágenes de un frasco de vidrio con monedas de un centavo y se les pidió informar a sus compañeros – del cual tenían una imagen borrosa – acerca de la cantidad de dinero que había en el frasco. Al final, a ambos participantes se les pagaba, pero a veces los participantes recibían más dinero si mentían. Por ejemplo, podían mentir para ayudarse a sí mismos, ayudar a sus socios, ayudar a ambos, etc.

Los escáneres cerebrales ayudaron a los investigadores a ver qué regiones del cerebro utilizan más oxígeno – un indicador de la actividad cerebral. Apareció el siguiente patrón: en los participantes que seguían mintiendo, la amígdala reaccionaba menos. Los participantes se hacían más deshonestos más rápidamente cuando se beneficiaban solo ellos y no su compañero. Los participantes llegaban a mentir para ayudarse a sí mismos, incluso si la mentira no daba lugar a más dinero.

Esto sugiere que las personas parecía que dejaban de mentir debido a que se habían vuelto insensibles a las mentiras.

«Es probable que la respuesta embotada del cerebro después de repetidos actos de deshonestidad refleje una respuesta emocional reducida a estos actos«, dijo el Dr. Neil Garrett, autor principal del estudio.

Este comportamiento podría originar un mentiroso patológico, que es una persona que se encuentra fuera del hábito sin ninguna razón.

Los resultados justifican una investigación mayor, ya que esta se llevó a cabo en un laboratorio, y no en un entorno real.

En pocas palabras: La mentira ocasional piadosa o blanca aquí y allá está bien, siempre y cuando no se haga un hábito de ella.

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